¿Escuchas música… o estás en plena sesión de psicoanálisis sin saberlo? Lo que callas, a veces suena en tus audífonos
E sa canción que no dejas de repetir quizá no es tu favorita: es tu síntoma cantando.

Hay playlists que te curan, coros que son catarsis y versos que saben cosas de ti que tú todavía no procesas. Las canciones que eliges también te están eligiendo a ti. No es coincidencia que repitas justo esa estrofa, en ese momento de tu vida.
No todo lo que te hace llorar está roto. A veces está sonando.
La música no solo entretiene: abre puertas a lo reprimido, pone palabras donde hubo silencios y convierte la angustia en ritmo. El psicoanálisis lleva más de un siglo preguntándose por el inconsciente, pero tal vez algunas respuestas están en tus discos favoritos. Esos que escuchas a solas, sin skip, como si te doliera y sanara al mismo tiempo. Es en esos momentos, cuando una canción te atraviesa sin explicación, cuando te das cuenta de que tal vez la pulsión invocante de la música está hablando a través de ti, como una extensión de lo que tu inconsciente no ha logrado traducir.
Freud creía que los síntomas son mensajes del inconsciente. ¿Y si algunas canciones también lo fueran?
Letras que golpean con precisión exacta. Como dice Cerati en Corazón delator: “Un señuelo… hay algo oculto en cada sensación”. No es solo una referencia literaria a Poe; es la metáfora perfecta del inconsciente, ese algo que está oculto dentro de nosotros. Lo que no vemos, pero sentimos. Lo que callamos, pero se escapa en forma de canción, como una pulsión inconsciente que toma la forma de sonidos, de acordes, de letras que resuenan con nuestro ser más profundo.
La voz del inconsciente: melodías que revelan lo reprimido
El psicoanálisis ha vinculado la música con la pulsión de la voz y el sonido. Didier-Weill señala que desde los primeros momentos de la vida, la “sonata materna” es el primer canto que conecta al lactante con su mundo emocional. La voz de la madre no solo trae palabras, sino una musicalidad que marca un antes y un después, como si las canciones, al igual que las voces maternales, pudieran ser portadoras de significados ocultos. ¿Acaso las canciones más poderosas no nos devuelven, de alguna manera, esa dualidad entre lo que es continuo (la melodía) y lo que es discontinuo (las letras)?
Los musicoterapeutas concuerdan en algo: las canciones que más nos impactan no son siempre las más felices, sino aquellas que logran representar lo que no podemos nombrar. ¿Nunca has llorado con una canción sin saber por qué? Tu inconsciente ya sabía. En ese momento, el sonido se convierte en una forma de transferencia emocional, un espacio seguro donde se representan las emociones reprimidas, como una "obediencia" a lo que el cuerpo siente, pero no puede verbalizar. Es la música actuando como la voz de lo no dicho, lo reprimido.
Y en algunos casos, cantar (aunque sea en la regadera) es el equivalente emocional de una sesión con transferencia. Por eso hay quien atraviesa duelos con postpunk, depresiones con grunge o adolescencias turbias con shoegaze. La clave no está en el género, sino en el espejo que activa dentro de ti.
La música no te analiza, pero sí te deja escucharte.
Y aquí entra Lacan: el sonido no se libera completamente del cuerpo. El sonido es una extensión de la subjetividad, una forma en que lo reprimido se manifiesta, pero siempre dentro de un marco que no puede romperse por completo. La música, en su constante transformación, es como un reflejo de la psique que, al ser escuchada, pone en evidencia aquello que aún nos escapa.
Así que, la próxima vez que te obsesiones con una canción, no la descartes como un gusto culposo. Tal vez esa canción está diciendo lo que tu terapeuta aún no ha descifrado, abriendo una puerta hacia el inconsciente que solo puede revelarse en el lenguaje sonoro.